Cercis


- ¡Shhhhhh! No hables o vas a despertar a los vecinos.

- ¿Pero a ti te parece esto lógico, despertarme a las tres de la madrugada y pedirme que me ponga ropa deportiva oscura y baje así a la calle?

- Te he dicho que te estaría esperando en el portal y aquí estoy. Venga, luego te explico. Ahora apresúrate que no nos sobra tiempo precisamente.

Esa noche del mes de marzo ha quedado muy oscura y nublada. Justo lo que él necesitaba. Ambos se calan el pipo hasta las orejas y empiezan a andar hacia los coches aparcados.

- ¿De quién es esta furgoneta? ¿Dónde está tu coche? Pero bueno, ¿adónde vamos?.

- Jolines, sí que os gusta preguntar a las mujeres. Me la ha prestado un amigo para esta noche. Te prometo que todo tiene una sencilla explicación, pero ahora no tengo tiempo de dártela, hay que darse prisa.

- Verás como mis padres noten que he salido de casa a estas horas.

- No lo notarán. Tú siempre dices que duermen como marmotas, ¿no? Entonces seguro que no se enteran.

Estamos callejeando por la ciudad. Parece que fuera el coche quien se sabe el camino de memoria. De pronto el recorrido termina y ella reconoce la zona del parque, junto al río, donde suelen pasar muchas tardes en que se saltan las clases de la Universidad.

- Muy bonito todo - ella se ha cabreado - pero, ¿no te parece un poquito tarde para traerme a pasear o a besarme al parque? ¿O es que vamos a hacer algo de ejercicio físico con estos chándals? Estás loco, no sé ni cómo te hago caso.

- Por favor, intenta guardar silencio. Es importante que no hagamos mucho ruido, ¿entiendes? Pero un poco de ejercicio físico sí nos va a tocar hacer, eso fijo.

Él se baja del coche y ella se lo piensa un poco. Hace frío. Él va a la parte de atrás y abre el maletero. Saca dos palas y un bulto enrollado en unas telas.

- ¿Vas a bajar o no? - susurra él desde atrás mientras busca con la vista el punto exacto donde ha decidido llevar a cabo su tarea nocturna.

- Estás loco y esto nos va a costar un disgusto con la autoridad, lo veo venir - anuncia ella bajando a regañadientes del coche, muerta de frío.

- Se entiende que tienes que ayudarme a cavar. Toma tu pala.

Él está cavando un agujero en la tierra, en el margen del río es más fácil porque la tierra está mucho más blanda. Es una zona de césped bien cuidado, muy cerca del banco que ha sido testigo de tantos y tantos besos suyos. Ella cava también, pero, casi todo el rato, vigila para que nadie les descubra.

- Bueno, yo creo que ya está, tiene la profundidad suficiente.

- Ya me contarás de donde has sacado estas herramientas y para qué hemos tenido que cavar un agujero a estas horas de noche en un parque público - en realidad ella ha cavado poco -. Yo alucino.

- Te presento a nuestro Cercis siliquastrum - dice él despojando de la protección a una especie de árbol esquelético.

- ¿Qué?

- Nuestro árbol del amor. Debes saber que cuando crezca posiblemente alcanzará los diez metros de altura y que sus flores tienen un magnífico color rosa violáceo y forma de corazón. Así, cuando nos sentemos en nuestro banco, lo veremos crecer como nuestro amor.

Él mete las raíces del árbol en el agujero y lo vuelve a tapar con la misma tierra, intentando disimular que sea una plantación reciente.

- Y ahora a rezar para que los jardineros municipales nos lo cuiden como al resto de árboles del parque sin darse cuenta de la novedad.

Él parece realmente satisfecho. Ella parece realmente sorprendida. El amor, ya se sabe, tiene estas cosas.

... con muy poca luz y mucha claridad,
¿quién no ha robado un beso? ...
En audición: Nacha Pop "Poca luz y mucha claridad" 

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