Tarde de enero


Sobrevolamos el cielo de la pequeña ciudad bajo la lánguida luz del atardecer de un día de enero. Nuestro vuelo nos dirige, de nuevo, hacia su calle. Las sillas y la mesa de la terraza siguen donde las dejamos el año pasado, los geranios aún viven y sus flores iluminan y decoran el lugar. Miremos un momento a través del ventanal de la terraza y veremos el comedor iluminado en dos lugares distintos. La lámpara de pie junto al sofa le ilumina a él, que está leyendo ensimismado medio tumbado en el sofá, dándonos casi la espalda y mirándola a ella, que trabaja en la mesa del comedor, sentada de cara a la terraza.

La mesa presenta un desorden ordenado, la luz de un flexo ilumina unos folios a la derecha de la pantalla del ordenador portátil en el que ella está trabajando. Desperdigados por la mesa (aunque para ella estaría mal usar esta expresión pues sabe perfectamente donde anda todo) hay apuntes, libros abiertos, carpetas, folios en blanco, rotuladores fosforescentes, clips, lápices y bolígrafos. Su postura puede que no sea la más ergonómica pues está sentada en la silla con una pierna por debajo de la otra. El traqueteo irregular del teclado del portátil es el único sonido audible.

Observemos como él, de vez en cuando, aparta la vista del libro y la fija en ella. Y sonríe. Sí, fijémonos bien, una sonrisa asoma por su rostro cada vez que la mira. "Qué guapa es" piensa (somos aire, somos inmateriales, por eso podemos leer los pensamientos que andan por el aire). Desde luego no van a salir ya hasta mañana y llevan ropa cómoda, antigua, de la que se usa para andar por casa. El ve como las zapatillas de ella descansan en el suelo pero sabe que con los dos pares de calcetines que usa no tendrá frío.

Ella está completamente metida en su trabajo, debe entregar el proyecto en diez días y anda muy en su mundo. Su rostro refleja concentración. No se da cuenta de que él la observa cada cierto tiempo. Ni siquiera se ha dado cuenta de que él se ha levantado y se dirige a la cocina.

El jarrón chino sigue decorando el recibidor, junto a la puerta de la cocina, adonde él ha ido a preparar un poquito de chocolate caliente. Al pasar junto a ella se ha ratificado en su pensamiento anterior y le ha parecido que su chica era lo más bonito que le había pasado en la vida. Y además tan inteligente. Prepara el chocolate instantáneo sin hacer mucho ruido, la cocina está en orden pues ambos se han encargado de fregar la loza justo después de comer, que no es bueno que se acumulen los platos sucios en la pica.

En apenas cinco minutos dos tazas de humeante chocolate reposan en una bandeja en la mesita del comedor, junto al sofá, para no manchar las cosas de ella en la mesa grande. Ella sigue absorta en sus pensamientos y sus papeles, aún no se ha dado cuenta. Una vez finalizada la operación él se acerca a ella y, abrazándola por la espalda, aunque el respaldo de la silla sea un poco molesto, le pregunta si le apetece una taza de chocolate caliente. Ella despierta al mundo y se encuentra abrazado por él, por unos brazos cálidos y cariñosos, los brazos por los que anhela ser abrazada. Y dice que sí, que le apetece mucho, que ya necesitaba un descanso y que parece que él sea adivino. Y, sorprendida, se pregunta cómo ha hecho para levantarse y preparar el chocolate sin que ella se haya percatado. Ella se levanta y se besan dulcemente, como los dos enamorados perfectos que son (al menos esta es la apreciación del narrador).

Tal vez, en el fondo, él sea mago de verdad.

La tarde seguirá avanzando, pero ahora debemos irnos, vamos a dejarlos en el sofá tomando su chocolatito caliente, abrazados y dándose mimitos, que no está bien vigilar a dos amantes en el sofá.

... la belleza es un rabo de nube
que sube de dos en dos las escaleras,
un carné exclusivo de socio
del pingüe negocio de la primavera ...
En audición: Joaquín Sabina "No permita la virgen"

0 rastros:

Publicar un comentario

Desde aquí puedes dejar un rastro...