- Todo esto es nuevo para mí.
- ¿Te refieres al paisaje? - dice ella, con la vista fija en el horizonte.
Estamos en un mirador desde donde la ciudad parece como de juguete y mucho menos hostil.
- No, tonta, me refiero a las sensaciones. Yo nunca había sentido tanto, con tanta intensidad. Y la verdad es que me gusta sentir tanto pero, a la vez, me asusta un poquito por el peligro de desborde.
- A veces, si pensamos mucho, no disfrutamos lo suficiente de las cosas. Tal vez deberemos dejarnos llevar por la corriente y ver hasta donde nos lleva.
- Contigo de la mano no tengo miedo a navegar o a naufragar. Sé que te quiero y que los mares no están en calma y que es difícil, pero mis sentimientos superan mis miedos.
Ahora ya no estamos mirando el paisaje, o, mejor dicho, estamos mirando otro paisaje: el de nuestros ojos.
- Siempre has tenido alma de poeta y también me gustas por eso.
- ¿Seguro que no te parezco muy pedante? A veces me parece que me voy por las ramas y que no ataco el centro de las cosas, que me voy por la periferia con giros verbales, palabras que otros dijeron antes y que hago mías, no sé ...
- No, a mí me gustas como eres. ¿Por qué no aprendes a gustarte un poquito más como eres?
- ¡Jolines! de tanto repetírmelo me lo acabaré creyendo.
Ella se gira hacia el precipicio y se calla. La ciudad parece ahora una desconocida. A veces los silencios son difíciles de interpretar. Él piensa que ha dicho alguna inconveniencia y se pone triste. Ella piensa que no sabe cómo convencerle de que su amor es incondicional y se pone triste. Pero no se sueltan las manos y, con el roce, la vida continúa y, poco a poco, el calor del uno en el otro va confortándolos y la nube negra pasa en unos minutos.
... si ella me olvida
que importa perderme
mil veces la vida
para qué vivir ...
En audición: Andrés Calamaro "Por una cabeza"
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