Sur le sable


La playa siempre nos pareció más triste en invierno, por eso muchas tardes de domingo íbamos a dar un paseo por la arena mientras todos los chiringuitos de la playa estaban cerrados y solo un pastor alemán, que no era nuestro, nos acompañaba al fondo de la escena, como actor secundario no invitado. En esos días el agua era azul grisácea y era improbable que una sirena nos asaltara en nuestro caminar. La arena era de un marrón más oscuro que en verano y, por supuesto, estaba mucho más fría. Yo me solía descalzar, ella no. Incluso alguna vez mojaba mis pies en el agua sin miedo a que un tiburón me los seccionara, aunque no se distinguía el fondo marino. En realidad todo era más lúgubre bajo el tibio sol de invierno menos nosotros dos.

Nosotros éramos amigos. Amigos y punto. Aunque recuerdo que una vez, mientras ella estaba distraída yo aproveché para pintar un corazón en la arena y ella me vio y, como era mujer, me preguntó.

- ¿Qué haces? ¿has pintado un corazón? ¿y por qué lo borras tan rápido?
- Nada, tonterías mías. No sé, lo típico, dibujar un corazón en la arena.
- ¡Tú estás enamorado!
- ¿Yo? ¡anda ya! ¿de quién?

Y sí, sí estaba enamorado. De ella. La que me hacía ir a pasear por la playa en las tardes de invierno, la que mejor me entendía, la que más le gustaba que yo la oyera. Pero ella andaba siempre en otros vuelos, camino de otros puertos. Algunas tardes, incluso, ni siquiera parecía estar en esa playa sombría conmigo.

- No sé de quién. Eso es asunto tuyo, pero si tienes por ahí una princesita escondida ya podrías contármelo que yo siempre te cuento todas mis cosas.

Y dijo princesita y no pegaba nada con las circunstancias tenebrosas de esa playa al atardecer. Y ella, que era tantas cosas, no era precisamente una princesa.

- Yo no podría enamorarme de una princesa, que los castillos son muy caros de mantener.

Y ella me abrazó y me dijo que no tuviera miedo del amor, que era algo muy bonito. Y yo no tenía miedo del amor, y ella tampoco tenía ni idea de lo que estaba hablando. Yo solo tenía miedo de las sirenas que pululan por las rocas de noche llamando a los marineros como yo con cantos hipnotizadores. O de mujeres que son sirenas, como ella y aún no se han enterado.

J'avais dessiné sur le sable
son doux visage qui me souriait ...
En audición: Christophe "Aline"

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