Isla de lavas


[De la serie textos prestados XL]
(c) Camilo José Cela Conde para Diario de Mallorca

La Palma surgió, como todas las Canarias, del fondo del Atlántico a lomos de las erupciones volcánicas. Pero fue la última, y las columnas de lava vomitadas por las calderas compusieron un paisaje que no tiene igual. Madonna quiso darle nombre: Isla Bonita. Que vergüenza.

Es mucho más que eso. Los barrancos de La Palma componen un sinfín de quebradas, aristas, roques y peñascos que los alisios cubren de humedad. Se diría que estamos en un paraje -la isla Nublar- como el que Spielberg imaginó para sus dinosaurios resucitados. La selva cubre la cordillera allí donde las borrascas continuas sueltan su agua, aunque toda la isla es, en realidad, una sola cordillera. Y en el centro de las paredes verticales que salen de la mar, la caldera por excelencia, la del volcán Taburiente. La cumbre en que se levanta uno de los observatorios astronómicos más importantes de Europa, el del Roque de los Muchachos, beneficiario de la altura y, sobre todo, de la ausencia absoluta de núcleos de población. Paredes de lava, selva espesa y un cielo, ¡ay!, cubierto a menudo de las nubes bajas que se agarran a las rocas. Pero por encima del mar de las nubes, más arriba de toda vegetación, el observatorio enseña su predominio en lo que podría ser muy bien un paisaje lunar.

Los andarines tienen en La Palma su emporio: casi cualquier sendero sirve para poner a prueba las fuerzas porque las cuestas son empinadas y largas. Algunas, no obstante, ganaron la fama necesaria para figurar en las guías como recorridos privilegiados. Allá vamos.

La caldera de Taburiente cuenta con mil alternativas de camino que van desde las extenuantes a las sólo difíciles, sobre todo para quien, como es mi caso, cuenta con un vértigo imposible de superar. Pero el ser humano, ya se sabe, es el único primate que insiste en equivocarse siempre, sobre todo cuando los caminos cuentan con un despliegue de atenciones y desvelos que asombra. Cada centro de visitantes de La Palma es un modelo a seguir y el de La Cumbrecita -el que da paso a la caldera de Taburiente- no se queda corto: informaciones detalladas, planos, controles de paso. Todo menos lo que me habría gustado que me advirtieran: que los seiscientos metros de subida hasta el Pico Bejenado no son para pusilánimes.

Subir un volcán es como hacerlo con cualquier montaña amable, de las que ni siquiera exigen una vía ferrata para ayudar a los más torpes. Pero, eso sí, siempre que no se trate de un urbanita de los que perdemos el resuello a las primeras de cambio. El esfuerzo merece, sin embargo, la pena. La caldera de Taburiente, vista desde el pico del Bejenado, que forma una especie de espina dorsal del inmenso orificio, parece una estampa hecha para ilustrar lo que fue el comienzo de los tiempos. Basaltos negros, dorsales de lava que se solidificaron nada más brotar, barrancos estrechos y profundos, de los que advierten acerca de su condición de trampa. Y los pisos en que se ordena la naturaleza: rocas peladas en lo alto; bosques de las coníferas más extrañas que existen -con las agujas saliendo de todo el tronco- a continuación: selva de laureles y tilos en lo hondo.

Tres horas volcán arriba y, que remedio, abajo son el mínimo necesario para alcanzar los mil ochocientos metros del Bejenado. Medio kilómetro más que el Puig Major. Y la prueba definitiva de que, en la isla de La Palma, podrían haberse quedado muy bien escondidos los mismísimos dinosaurios.

... all of nature wild and free
this is where i long to be ...
En audición: Madonna "La Isla Bonita"

1 rastro:

Sin pensárselo dos veces Anónimo garabateó:

La Isla bonita era Ibiza (nota del lector)

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