Fiebre en las gradas


Me enamoré del fútbol sin explicación, sin pensar en los sobresaltos, alegrías y decepciones que la experiencia traería consigo. En casa, mi padre era futbolero, de joven iba todos los domingos a Inca a ver jugar al Club Deportivo Constancia que, en aquél entonces, era el mejor equipo de la isla. En el colegio nos pasábamos el tiempo de recreo jugando a fútbol. Mi primer contacto con un estadio de fútbol fue con siete años. Esa fue la edad en la que pisé por primera vez el Lluís Sitjar, antiguo santuario del Real Club Deportivo Mallorca. Al parecer, y reconozco que esto lo he leído de mayor en libros de historia, nos jugábamos un partido clave para no descender de Segunda a Tercera División contra el Burgos.
 
Recuerdo que había muy poca gente en el campo, empezaban los años de crisis para el Mallorca, que acabó hundido en Tercera poco tiempo después. Fuimos al gol sur del estadio y, como era pequeño, nos pusimos en el muro del terreno de juego. Del partido no recuerdo nada y si sé que el resultado fue de victoria nuestra por uno a cero es porque me lo han chivado los libros de historia.
 
Sé que muchos piensan que contemplar un partido de fútbol es hacer un uso reprobable de la imaginación, malgastarla. De hecho, conservo recuerdos de partidos que ya ha olvidado todo el mundo, recuerdo un seis a dos al Palamós de hace quince años como si fuera ayer, recuerdo un partido contra la Real Sociedad que ganamos dos a uno de hace veinticuatro años, recuerdo haber pasado muchas horas nocturnas llorando cuando el Oviedo nos mandó a Segunda División hace diecinueve años, o cuando el Jerez nos ganó dos a tres en una temporada que debíamos ascender a Primera División. Recuerdo partidos, goles, alineaciones, entrenadores. Recuerdos totalmente superfluos e innecesarios que hasta asustan un poco. He pasado gran parte de mi tiempo libre pelándome de frío o tiritando de nervios en una grada.
 
¿Porqué ha resistido esta relación mía con el fútbol más que ninguna otra que haya tenido yo en la vida? Pues no lo sé, es muy difícil explicarlo. Uno puede cambiar de novia, cambiar de coche, cambiar de trabajo, pero de equipo de fútbol no. Creo que puedo prescindir de muchas cosas, de casi todo, menos de mi partido de fútbol del fin de semana o de los partidos de Copa de los miércoles.
 
Tal vez todas estas palabras definan lo que se llamaría pura y llanamente una obsesión.
 
... no sabes lo que luché para no soñar contigo
y no quieres entender que por fin lo he conseguido ...
En audición: Los Secretos "La calle del olvido"

 imprimir

0 rastros:

Publicar un comentario

Desde aquí puedes dejar un rastro...