Dos rombos


Empieza besándome con ternura, despacito, casi tímidamente. Ese segundo que pasa entre que decide que va a besarme y el momento en que siento sus labios contra los míos hace que se activen todas mis terminaciones nerviosas desde la cabeza hasta los pies. Ella me besa como si fuera un delicado bomboncito de chocolate y yo me derrito en su boca. No quiero parar de besarla, no quiero que deje de besarme, necesito sentir sus labios contra los míos. El suave y delicado roce de su lengua no hace si no aumentar las sensaciones, es como la niña que corre por un prado lleno de margaritas y, a su paso, entre risas, hace volar miles de mariposas y el cielo se cubre de lepidópteros y ya todo son mariposas. A veces hay ciertas descargas eléctricas, o más bien, bajadas de tensión que me llegan hasta las piernas y me hacen flaquear. Y me tengo que agarrar más a ella y pongo mi mano sobre su nuca, en parte para que se pase la sensación de caerme, en parte para que no se separe ni un milímetro de mí. Luego me enamoro de su cara cuando se separa un momento para respirar y me mira. Y, a veces, después de esa mirada, estamos tan palpitantes de deseo, tan embriagados que ya no sé si quiero seguir besándola o abrazarla tan fuerte que se quede pegada a mí para siempre.

... la estela de su cuerpo
te abre camino
como una antorcha ...
En audición: Víctor Manuel "Nada sabe tan dulce como su boca"

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