Hoy (te) necesito


Hay días en las que una hoja o una pantalla en blanco son un desafío demasiado grande y te sientes impotente para crear algo que no sea, simplemente, emborronarlo todo con frases que no expresan con corrección lo que quieres decir. Sin embargo, otras veces, sientes necesidad de escribir, el placer de tus manos pulsando las teclas con una velocidad de vértigo para que no se te olvide nada de lo que tu mente va maquinando a gran velocidad. Y salen frases claras, evidentes, sencillas y escritas con el corazón que revelan una contundencia que en otros momentos te daría hasta vergüenza exhibir.

A veces siento que hace ya tanto tiempo que nos conocemos que he perdido la cuenta de los lugares, las palabras, los gestos y las sensaciones, pero puedo hilvanarlas a base de recordar sonrisas y de ese vocablo de siete letras que no te gusta mucho oír pero que define todo lo que yo quiero decirte. Y sin embargo hoy te pido que me dejes nombrarla, porque hoy siento la necesidad de darte de nuevo las gracias.

Sé que al principio fuimos adentrándonos cada uno en la vida del otro lentamente, sólidamente, a pequeños pasitos, como digo yo, apuntalando cada metro descubierto, con miedo a que todo se viniera abajo. Con el temor que da lo nuevo, el descubrirse, el quitarse las armaduras. Con el tiempo te instalaste a un par de latidos de distancia mía, que es el tiempo que necesito para pronunciar las tres sílabas que forman tu nombre y las dos palabras que nunca me canso de decirte y que siempre suenan nuevas, llenas de sentido, limpias y frescas. Han habido miles de palabras dichas, miles de palabras escritas, unas pocas calladas más por olvido que por ocultación a conciencia. Han habido miles de kilómetros que se han convertido en nada, cuatro aeropuertos que se han convertido en el pórtico a la gloria. Aunque no estás lejos, ni distante, ni separada. Estás cercana. Lo suficiente para temer las consecuencias cuando te miro la sonrisa más de cinco segundos y ya no puedo dejar de desearte.

Como no podía ser de otra forma, las consecuencias terminaron por alcanzarnos por culpa de esa manía tuya de necesitar cuatro manos para ponerte una chaqueta. Debido a que las distancias se fueron diluyendo tan poco a poco que cuando nos dimos cuenta ya eran del todo inexistentes. Gracias a esos lugares donde nos descubrimos el tacto y la saliva y volvimos a mirarnos a los ojos para ver qué felicidad se escondía en el fondo de nuestras pupilas. Allí encontramos todas las risas, las lágrimas pretéritas secas, los labios pidiendo paso, las puestas de sol, la felicidad paseando con nosotros por todos los lugares que antes o después configuraron nuestro mundo particular, desde esa cama en la habitación de la ciudad más fría del mundo en la que apenas cabíamos hasta esa cama en la que teníamos que buscarnos un rato antes de contactarnos, pasando por ese banco junto al castillo de San Miguel, las curvas de las carreteras secundarias, unas escaleras preparadas para tus tropezones o un sofá para dos en un bar para locos. Allí encontramos todo eso y mucho más y decidimos construir en común. Y comenzamos a edificar algo, sin comparaciones a destiempo, sin dejarnos influir por el pasado o por el futuro, hasta hacer que los vientos alisios fueran soplando siempre a favor y nos ayudaran a avanzar. Cosas que merecen la pena de verdad y que te estremecen por las noches en las que no me dejas pasar frío.

Y al final lo has conseguido, lo que anhelaba hace tiempo y no osaba ni desear lo he conseguido cogido de tus manos, que me acarician y me hacen feliz. Ahora todas mis mañanas son de felicidad y sonrisas solo con pensar en ti.

... si pudieramos dormir unas horas más
antes de empezar a tocar ...
En audición: Miguel Ríos "El blues del autobús"

0 rastros:

Publicar un comentario

Desde aquí puedes dejar un rastro...