Estado de excepción


En estos días, cuando más aprieta la canícula, mi ciudad se convierte en una ciudad en estado de excepción. Las calles, literalmente, están tomadas por la policía, hay uno en cada esquina, en cada cruce, aunque sea un cruce hacia ninguna parte. A veces, incluso, hasta me da pena por ellos, tanto rato seguido al sol (y eso, claro, luego se les nota en el carácter). Y los hay de todos los colores: policías locales, policías nacionales y guardias civiles. Para acabar de completar el decorado no falta el helicóptero sobrevolando los tejados. Tan solo falta sacar los tanques a la calle, pero dudo que aquí haya tanques y traerlos de la península debe ser un engorro.

Sí, evidentemente, tenemos a los más ilustres veraneantes entre nosotros un año más.

A mí, que vengan turistas a esta santa isla no me parece mal siempre que respeten el medio ambiente, las costumbres locales y se dejen sus euritos en la isla. Por ejemplo, si yo no puedo circular más que a cuarenta kilómetros por hora por el Paseo Marítimo, solo pretendo que ellos respeten esta enraizada costumbre local. Si yo no puedo circular por zonas ACIRE (Áreas de circulación restringida) del centro de Palma, que ellos, estimados turistas tampoco puedan. Si cualquier pescador sale con su llaüt a la mar, estaría feo que ellos, nuestros queridos turistas, no pudieran salir también y, si tienen más dinero que nuestro pobre pescador, que lo hagan con un yate que tengan amarrado en el Club Náutico; pero tal vez sobran la fragata y el destructor al lado, por no hablar, posiblemente, del submarino que no veo. Si a mí me cobran 3 euros por un helado o 50 euros por una camiseta de Mango, que no les salga a ellos por el morro.

Aún así eso me daría casi igual si no fuera porque yo y todos mis conciudadanos nos convertimos en sospechosos de la noche al día. De repente, en agosto, pasas de ser vecino de la ciudad a ser sospechoso habitual. Y cada policía con el que te cruzas, como mínimo, te examina de arriba a abajo dilucidando según su entender si clasificarte en la raza de tonto especimen de la fauna local que, además, habla raro o en un posible terrorista islámico o vasco. Por eso durante estos días me cuido mucho de ponerme la camiseta que me trajo del Pais Vasco mi hermano, con logotipos e inscripciones en euskera. Vamos, que me jode mucho tener que dar un rodeo para llegar a mi oficina porque "por aquí ahora no se puede pasar, tendrá que dar la vuelta", "pero si yo voy aquí al lado, a mi oficina, en el número tres de esta calle", "lo siento caballero pero tendrá que dar la vuelta", "pero...", "caballero, le he dicho que dé la vuelta" (esta última frase poniéndose la mano ya en la empuñadura de la porra, como para seguir discutiendo, vamos).

... cuál es la diferencia
entre una silla y un altar,
entre un millón y un trozo de mar ...
En audición: Esclarecidos "¿Cuál es la diferencia?

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