Dónde estabas tú en el 99


Yo, tal día como hoy, en Birmingham, Inglaterra. Me acuerdo perfectamente por dos motivos. El primero, porque es la primera y única vez, de momento, que he salido de España. El segundo porque ese día se disputó en esa ciudad, en el mítico estadio de Villa Park del Aston Villa, la última final de la Recopa de Europa, competición que disputaban los campeones de Copa de los países europeos.

Todo hubiera sido genial si no hubieran pasado dos cosas negativas. Primero, que no resultó tan fácil como hubiera parecido ligar con las nativas inglesas, ya que si bien nosotros veníamos de Mallorca, el otro equipo era de Roma, y eso emparejaba las fuerzas a la hora de ligar. Y, segundo, y no menos importante, que perdimos el partido por dos a uno.

Vale, ahora hablaré un poco del partido ya que, por lo expuesto en el párrafo anterior, no tengo ligues que contar.


Tras ir eliminando a potentes equipos como Hearts, Genk, Varteks o Chelsea, los bermellones se plantaron en la segunda final de su historia (la primera fue la de la Copa del año anterior) sorprendiendo a Europa con su juego descarado y un bloque a prueba de bombas. Enfrente, la Lazio de Sven-Goran Eriksson, plagada de jugadores de renombre (Nedved, Vieri, Almeyda, Nesta, Dejan Stankovic, Mancini, etc.) y con la seguridad y el aplomo que da el ser un habitual de las grandes citas, precisamente lo que les faltó a los de Cúper. Cualquier buen aficionado mallorquinista recordará aquella plantilla. Con la sobriedad en la portería de Carlos Roa, la seguridad y el poderío aéreo de Marcelino Elena y Gustavo Siviero en el centro de la zaga, y el carisma y la veteranía de Javier Olaizola y Miquel Soler por las bandas. En el medio, la manija caía en manos de Vicente Engonga, serio, tenaz y trabajador como pocos. El mejor Stankovic, una de las mejores zurdas que haya pisado la isla, no se cansaba de surtir de balones de gol a los hombres de ataque, mientras que por la banda derecha, la potencia y la juventud de un joven Lauren hacía que los grandes de Europa pusieran sus ojos en él. En la mediapunta, un Ibagaza aún pendiente de explotar compartía posición con su compatriota “Chupa” López que, pese a su calidad, nunca llegó a brillar en la isla. Arriba, el gol era cosa de Dani y Leo Biagini, quienes indudablemente vivieron su mejor etapa como futbolistas en el club balear. Paco Soler, Lluis Carreras, Fernando Niño o Carlitos eran otros de los jugadores que apuntalaban un equipo que daba precisamente definición al concepto de “equipo”. Un bloque íntegro y sin fisuras, compensado, con jugadores con hambre de éxito y un entrenador capaz. En el día más grande del mallorquinismo, casi 7.000 personas se desplazaron hasta Birmingham con la ilusión de ver a Olaizola alzar la Recopa. En una nueva reedición del clásico David contra Goliat, los modestos pero efectivos mimbres del Mallorca soñaban con hacer frente a la legión romana encabezada por el temido Christian Vieri. Fue precisamente el ariete laziale quien, adelantándose de cabeza a la defensa bermellona, recordaba al equipo español que una final europea es un tema serio. A los 7 minutos de juego, Roa ya había recogido una vez el balón de sus redes, y el panorama que se presentaba ante los de Cúper no era nada halagüeño. Con el gol en contra y el oficio de los italianos, cualquier disposición táctica del maestro Cúper quedaba reducida a cenizas. Nada de lo ensayado servía ya. Pero aquel Mallorca era de otra pasta. Cualquier equipo se habría venido abajo, con un 1-0 en el minuto 7 frente a un rival italiano en una final. El Mallorca de Cúper no. Sobreponiéndose a la adversidad, reinventándose a sí mismo, creyéndose que de verdad estaban en una final europea, Stankovic y Miquel Soler fabricaron el empate apenas 4 minutos después. Como venía siendo costumbre en los isleños, Jovan Stankovic puso el balón con su bota izquierda a disposición del rematador, en este caso Daniel García Lara, que conseguía la igualada, dejando helados a los italianos y sorprendida a toda la Europa futbolística. Con el 1-1 el partido fue dominado por el centrocampismo. Ni Lazio ni Mallorca inquietaban la portería contraria. La batalla que se libraba en la zona de medios era terrible, con un Engonga colosal frente a la dureza de los italianos, cuya actividad ofensiva quedaba reducida a los balones colgados sobre la cabeza de Vieri ante la incapacidad de un casi inédito Roberto Mancini. Pero el destino, el mismo que había dispuesto que los baleares jugaran aquella final, quiso ser cruel con el novato. Un balón suelto en la frontal del área de Roa, fue aprovechado por Pavel Nedved, quien a la media vuelta y con su pierna derecha, empalmaba una volea que sellaba el infortunio del modesto equipo español. En su interminable recorrido hacia la red, aquel balón puso el alma de toda una isla en vilo. Y el final quiso ser amargo. No ganó quien lo mereció, ganó quien menos lo intentó.



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En audición: Celtas Cortos "El ritmo del mar"

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