Entre grapadoras, clips y post-it


Entre las ocho y las ocho y cuarto, esa es la hora a la que llego a la oficina. Con un poco de suerte está abierta, si no, me toca ir a buscar la llave y el mando para abrir las puertas automáticas al edificio principal (mi oficina está en el edificio contiguo). Ficho para que vean que he ido a trabajar ese día. Saludo al vigilante (si ha llegado antes que yo) y él intenta hablarme sobre sus líos amorosos (nota para la salsa rosa del post: al parecer él ya no persigue a la colombiana después de que ésta le haya dejado casi en números rojos y, en contrapartida, la mafia colombiana ya no va detrás de él para pegarle una paliza) pero yo lo esquivo casi siempre que puedo. Subo al primer piso donde está mi puesto de trabajo. Enciendo mi pc y la selladora. Giro la hoja del calendario de mesa. Santa Basilisa y San Victoriano. Enhorabuena a los premiados. Voy al armario de atrás y saco los sellos de registro y compulsa y les cambio la fecha. Me identifico con mi clave en el ordenador y entro en el programa de registro. Doy órdenes para que se impriman los distintos listados del registro del día anterior. Vuelvo al armario, saco los escritos y documentos que hay que enviar a otros organismos distintos al nuestro. Preparo las etiquetas para pegar en los sobres que vamos a enviar y la lista de correos. Por norma general enviamos entre veinte y treinta sobres a distintos organismos cada día. Entro en internet y miro algunas páginas que me gusta ver a primera hora de la mañana (periódicos, correo, mi blog, otros blogs). A las nueve menos dos minutos por mi reloj el vigilante empieza a dejar subir al público (antes administrados). Abajo hay una bonita sala de espera con capacidad para cincuenta personas, pero él los hace subir a todos de golpe, con lo cual empiezan los agobios. Debería haber un gestor de turnos y nosotros, desde nuestra mesa, ir llamando a la gente que está en la sala de espera y que subieran ordenadamente, pero no hay presupuesto para instalarlo, así que el vigilante abajo va dando números y cuando la gente sube se queda mirando para todos lados buscando dónde está colocado el marcador de turnos que no existe.

Poco después de las nueve los ordenanzas vienen y nos traen el correo para abrirlo. O sea, para que yo lo abra pues: mi compañera nº 1 está ensobrando el correo del día anterior (algo que a mí me supone media hora a ella una hora y media), mi compañera nº 2 está preparando las estadísticas del día anterior (eso en teoría, porque en realidad está mirando su correo electrónico mientras habla por teléfono con alguna compañera), mi compañera nº 3 está atendiendo al público y tampoco es que muestre gran interés en levantarse a abrir el correo (supongo que va apuntando cuántos atiende y cada vez poniendo más mala cara a los compañeros que no atendemos en ese momento). Una vez abierto y ordenado todo el correo me toca registrarlo. Mientras, de tanto en tanto, voy atendiendo público, relajando la cara de mala leche de mi compañera nº 3. A las diez la compañera nº 3 se va a desayunar, con lo cual quedo yo solo para atender el público, ya que la compañera nº 1 después de acabar con los sobres va a repartir los documentos del día anterior que son de la casa, lo que le supone entre veinte minutos y media hora más de escaqueo (quiero aclarar que la compañera nº 1 es la jefa y posiblemente tiene prerrogativas). A las diez treinta la compañera nº 3 vuelve a la oficina (desayuna en el cuarto del archivo) y salgo yo a la calle, a ponerle el ticket al coche para que no me lo multen. Estoy fuera entre cuarenta minutos y una hora, según el día y las ganas de pasear o escaquearme que tenga.

Al volver toca seguir atendiendo al público en inferioridad numérica porque la compañera nº 3 y la compañera nº1 salen a merendar tras de mí. La compañera nº 2 no sale hasta más tarde o, en realidad, no se sabe en qué momento, porque siempre va más por libre o tiene cosas que hacer fuera de la oficina, sin horario fijo. Pero tanto ella como la compañera nº 1 también desayunan en la oficina antes de salir. A eso de las doce y media suele aparecer el compañero nº 4, que trabaja en otro departamento, en el de protección civil, pero viene a recoger el correo de su departamento y, de paso, trae los periódicos que yo, si las circunstancias del público lo permiten, ojeo. Cuando las circunstancias son favorables se une a nosotros el compañero nº 5 del departamento de quejas y sugerencias y montamos una tertulia casi siempre deportiva. Raramente se nos une la compañera pelirroja nº 6 del jurado provincial de expropiación. Si empieza a llenarse la oficina de público la compañera nº 3 vuelve a mirarnos con mala cara y se acabó la tertulia.

A las trece horas el que tiene que quedarse hasta las diecisiete treinta sale para ir a comer y tiene dos horas para tal menester. Esas dos horas son las que se hacen más lentas y pesadas de la mañana. Son dos horas de mirar constantemente el reloj y ver que no avanza. Sigo atendiendo al público mientras el ordenanza nos vuelve a dejar la segunda tanda de papeles que trae para registro desde el otro edificio, papeles que, salvo que la compañera nº 1 esté muy aburrida (o sea, que no haya registrado un papel en toda la mañana) nadie se levanta a buscar más que yo. Por eso no es extraño que, cuando me toca a mí turno de tarde, me encuentre esos mismos papeles en la mesa sin que nadie les haya hecho ni el más mínimo caso. "Es que no hemos tenido ni tiempo" suele ser la excusa que ponen luego. Yo ya me he acostumbrado a que siempre vienen las avalanchas humanas de personas cuando no estoy.

Y así, a las quince horas, acaba mi jornada laboral, salvo los días que tengo que permanecer hasta las diecisiete treinta, en la que mi misión es únicamente atender a la gente que se le ocurra venir y hablar un poquito con la señora de la limpieza y quitarme de encima al vigilante si empieza a querer contarme su vida y milagros en el terreno amoroso.

Y, encima, me pagan cada fin de mes, puntuales como clavos. Claro que, como decía un compañero mío (ya paso de ponerles más numeritos) "nos engañarán en el sueldo, pero no en el trabajo".

... se ha reunido el comité de empresa
y han decidido que se acabó la fiesta,
o estás de nuestra parte
o vete preparando las maletas ...
En audición: Los Planetas "Reunión en la cumbre"

2 rastros:

Sin pensárselo dos veces Anónimo garabateó:

Debes de acabar agotado

Sin pensárselo dos veces Xesc garabateó:

No, qué va. Yo no me quejo por agotamiento. Me quejo por vicio.

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